9 de enero de 2011

De las negaciones

Me perturba la negación que me impide eso que no fui por eso que no hice y que sepulta eso que no pasó en ninguna parte para que yo no pueda siquiera recordarlo; (¿cómo recordar los frutos de la negación de un pasado e incluso cómo imaginar la futuras inexistencias de las cosas?). Me molesta también la negación de la misma negación que permitió la versión real de los sucesos y no esos enterrados en ninguna parte. Algo dentro de mi reclama justicia, -humano inexistente ideal-, y loaría la utopía de vivir dos o tres caminos a la misma vez. Siento remordimiento por aquellas personas que dejaré de cruzarme al pasar una calle o cambiar de acera y me atemoriza con un aire de frialdad la crudeza infantasiosa de esta vida de no-retorno y sí-final. Me descubro entonces inconforme a todo por culpa de la inexistencia de otro camino que pudo haber sido el que es. Me abisma la infinidad menos uno de negaciones y los fantasmas de la diarquía paradójica de esos hombres que inocentes desconocen a la vida con los dados en la mano, esos que rezan y que toman café y tienen sexo y toman más café y ven a Dios en el cielo sin ver las estrellas o la luna; los que esperan ser víctimas del destino en el cual creen y maldicen o enaltecen, y se creen infinitos y se mienten y se engañan y después creen; esos hombres que trabajan fuerte y que dicen sentir y que sienten y lo olvidan y entonces piensan y madrugan y rinden tributo al brío del tiempo que los consume, la misma locomotora que los condiciona a lo inevitable; diarquía que los condena y esclaviza adentrándolos en ellos mismos, tanto que no podrán siquiera verse con claridad y creen hacerlo y ni siquiera piensan en ello; han olvidado sentir pero no piensan y se ahogan entre pasiones y racionamientos y se esconden aún más a sí mismos dentro de aquella caverna de no-sabores e ilusiones de colores y esbozos de vidas de humo que se acaban a diario sin haber siquiera sido.