29 de abril de 2011

Poésie


Aquel hombre ciego, que al parecer no veía, se sentaba siempre en la misma pequeña colina y recitaba el mismo pequeño poema, los mismos pequeños retazos de su vida; de las negaciones de la misma, desgarrados en acongojantes versos que el aire no escuchaba y el sonido eterno de la nada sepultaba, los mismos versos que un sinsonte declamó, esos versos que aúllan los lobos y los mismos que la luna no responde, que la luna canta y el océano murmulla y la brisa ronronea, que con paciencia suenan mientras las olas se recogen, se arquean y revientan, los mismos versos que, entre luces, tiñen de oro el horizonte y apuñalan a la luna ensangrentada. Esos versos que no entienden y no escuchas, que no suenan o que callas, que te tragas o no lloras, o esos mismos que resbalan de tus ojos en las frías solas tardes, o en las noches. Esos versos que se hunden en tu pelo y acarician tus mejillas, que se hicieron un suspiro, que tragaste o que rasgaste, esos que son tú pero negaste.

Esos que no escritos, son poesía.

9 de enero de 2011

De las negaciones

Me perturba la negación que me impide eso que no fui por eso que no hice y que sepulta eso que no pasó en ninguna parte para que yo no pueda siquiera recordarlo; (¿cómo recordar los frutos de la negación de un pasado e incluso cómo imaginar la futuras inexistencias de las cosas?). Me molesta también la negación de la misma negación que permitió la versión real de los sucesos y no esos enterrados en ninguna parte. Algo dentro de mi reclama justicia, -humano inexistente ideal-, y loaría la utopía de vivir dos o tres caminos a la misma vez. Siento remordimiento por aquellas personas que dejaré de cruzarme al pasar una calle o cambiar de acera y me atemoriza con un aire de frialdad la crudeza infantasiosa de esta vida de no-retorno y sí-final. Me descubro entonces inconforme a todo por culpa de la inexistencia de otro camino que pudo haber sido el que es. Me abisma la infinidad menos uno de negaciones y los fantasmas de la diarquía paradójica de esos hombres que inocentes desconocen a la vida con los dados en la mano, esos que rezan y que toman café y tienen sexo y toman más café y ven a Dios en el cielo sin ver las estrellas o la luna; los que esperan ser víctimas del destino en el cual creen y maldicen o enaltecen, y se creen infinitos y se mienten y se engañan y después creen; esos hombres que trabajan fuerte y que dicen sentir y que sienten y lo olvidan y entonces piensan y madrugan y rinden tributo al brío del tiempo que los consume, la misma locomotora que los condiciona a lo inevitable; diarquía que los condena y esclaviza adentrándolos en ellos mismos, tanto que no podrán siquiera verse con claridad y creen hacerlo y ni siquiera piensan en ello; han olvidado sentir pero no piensan y se ahogan entre pasiones y racionamientos y se esconden aún más a sí mismos dentro de aquella caverna de no-sabores e ilusiones de colores y esbozos de vidas de humo que se acaban a diario sin haber siquiera sido.