20 de abril de 2012

Bajo el Agua.

Mis movimientos de pronto no significaban mucho, de pronto le tenía más miedo a mirar al frente y todo me causaba menos angustias, muchas cosas no rimaban, muchas otras no sonaban pero yo no era consiente, yo salía de mi casa y caminaba y hacía lo que tenía que hacer y me devolvía, y sacaba las mismas llaves del mismo bolsillo y abría la misma puerta para entrar, cerrarla y hacer algo que tenía que hacer adentro similar a lo que estaba haciendo afuera pero solo, paradójicamente más solo. Y cansado caería en la misma cama para no soñar o tener los mismos sueños o no recordarlos. Las estrellas habían dejado de mirarme y la luna había dejado de encandilar mis ojos, el reloj ya no tictaqueaba, las campanas de la iglesia no sonaban a las 6, ni a las doce, ni a las cuatro, ni a las nunca.

Yo solamente esperaba un día sin novedades para para salirme del círculo y caminar sin un sentido y sin dirección mayor al siguiente paso; para encontrar en el paisaje algo diferente al de todos los días y en las nubes mensajes escondidos detrás de las partes sucias que amenazaban con lluvia y que cumplían. Yo esperaba la agradable incomodidad de mi cuerpo mojado y de mis ropas pesadas y pegadas y los calcetines empapados para sentarme finalmente en una silla que al parecer no está hecha para que alguien se siente.

Yo tomaría una hoja de papel y un bolígrafo, no preguntaría de donde salieron y observaría por un momento a las personas huir del agua que increíblemente cae, yo miraría el cielo, me maravillaría, cerraría los ojos, empuñaría el bolígrafo y los abriría para ver cómo el agua hace débiles mis palabras y difumina la tinta de mis sentimientos, cómo el papel parece deshacerse y cómo las lágrimas se pierden en las gruesas gotas de lluvia mientras el tiempo me hace un niño empapado que se revuelca feliz en el pantano bajo la lluvia que embellece la cuidad alrededor y que desvanece y difumina las luces en las calles y en los autos, solo entonces esa música en el cielo que parecía haberse ido hace mucho tiempo empezaría a sonar, solo entonces mis lágrimas de felicidad serían tan hermosas, tan pesadas y resplandecientes. Yo reiría solo e inocente, yo olvidaría el pasado, el futuro y el presente, y atemporal, casi inexistente, amaría mis sueños por ser sueños y estar solo en mi mente.

-

Para mí lo más difícil siempre fue empezar a escribir, yo empecé cuando nada siquiera empezaba y no tengo certeza de haber acabado. Yo estaba acostado en el piso, yo estaba cerrando los ojos y yo, desplomado y derrotado por mí mismo, mudo e inmóvil, me quejaba de aquel mundo mío, ruidoso y vacío. Yo lloraba sin una sola lágrima, yo quería al menos una, yo extrañaba el salado aroma que se desgarraba de mis entrañas con un poco de poesía melancólica, con trozos de mi alma y de mi vida.

Yo extrañaba mi alma, el escozor de mi piel y el temor al tiempo, al eterno caminante, al invencible y certero, al gladiador e inocente. Yo abrí los ojos y vi a mi perro – no entiendo cuándo y por qué putas tenía un perro- mirándome con su cara de perro, con sus ojos de perro y con todas esas cosas que no lo hacían más que un perro de mierda que lamía el rostro de un hombre vacío e insípido tendido a sus pies. Todos esos nudos que había en este pobre hombre se apretaban con cada lengüetazo, lo carcomían, lo martillaban y lo destruían cuando incluso parecía imposible y yo solamente no podía defenderme. Ese perro hijueputa me pisoteó, me apuñaló por dentro y estaba a punto de asesinar lo que quedaba de mí cuando traté de defenderme de su hocico baboso y su respirar acelerado, empuñé mi mano derecha con lo que sobraba de mis fuerzas en la vida; vi su cara, me sacó la lengua, vi sus ojos que brillaban confiados, infantiles, desprevenidos y felices y me sentí miserable, impotente y mentiroso. Me sentí como un humano empuñando mis manos de humano, llorando lágrimas de humano y odiando a un perro como un estúpido humano aborrece a un feliz perro que como un perro le saca la lengua. El temblor golpeaba las paredes de la habitación y el mundo afuera se desmoronaba, el suelo se abrió en grietas y todo se amontonó entre mi pecho y mi garganta haciéndome derramar una sola lágrima espesa y pesada que cosquilleó mis mejillas y mis miedos, que acarició mis pómulos y llegó a mis labios y me supo a algo azul. Sentí mi respiración, mis pensamientos y mis sueños hacer el amor conmigo. Afuera estaba lloviendo, afuera había una ciudad y adentro estaba yo de nuevo junto a mí.