8 de enero de 2013


El primer amor de tu vida debes ser tú mismo, enamórate primero de ti, de lo que eres, de lo que sueñas, de lo que temes y de lo que crees y después haz que todas esas cosas se enamoren de ti. Llévale flores a tus sueños más queridos,  ve y visita tus anhelos como a gárgolas y cree convencido que de noche se despiertan. Así, con paciencia, Cuando tú y lo que eres estén perdidamente enamorados el uno del otro, vivir será un poco menos insípido.

20 de abril de 2012

Bajo el Agua.

Mis movimientos de pronto no significaban mucho, de pronto le tenía más miedo a mirar al frente y todo me causaba menos angustias, muchas cosas no rimaban, muchas otras no sonaban pero yo no era consiente, yo salía de mi casa y caminaba y hacía lo que tenía que hacer y me devolvía, y sacaba las mismas llaves del mismo bolsillo y abría la misma puerta para entrar, cerrarla y hacer algo que tenía que hacer adentro similar a lo que estaba haciendo afuera pero solo, paradójicamente más solo. Y cansado caería en la misma cama para no soñar o tener los mismos sueños o no recordarlos. Las estrellas habían dejado de mirarme y la luna había dejado de encandilar mis ojos, el reloj ya no tictaqueaba, las campanas de la iglesia no sonaban a las 6, ni a las doce, ni a las cuatro, ni a las nunca.

Yo solamente esperaba un día sin novedades para para salirme del círculo y caminar sin un sentido y sin dirección mayor al siguiente paso; para encontrar en el paisaje algo diferente al de todos los días y en las nubes mensajes escondidos detrás de las partes sucias que amenazaban con lluvia y que cumplían. Yo esperaba la agradable incomodidad de mi cuerpo mojado y de mis ropas pesadas y pegadas y los calcetines empapados para sentarme finalmente en una silla que al parecer no está hecha para que alguien se siente.

Yo tomaría una hoja de papel y un bolígrafo, no preguntaría de donde salieron y observaría por un momento a las personas huir del agua que increíblemente cae, yo miraría el cielo, me maravillaría, cerraría los ojos, empuñaría el bolígrafo y los abriría para ver cómo el agua hace débiles mis palabras y difumina la tinta de mis sentimientos, cómo el papel parece deshacerse y cómo las lágrimas se pierden en las gruesas gotas de lluvia mientras el tiempo me hace un niño empapado que se revuelca feliz en el pantano bajo la lluvia que embellece la cuidad alrededor y que desvanece y difumina las luces en las calles y en los autos, solo entonces esa música en el cielo que parecía haberse ido hace mucho tiempo empezaría a sonar, solo entonces mis lágrimas de felicidad serían tan hermosas, tan pesadas y resplandecientes. Yo reiría solo e inocente, yo olvidaría el pasado, el futuro y el presente, y atemporal, casi inexistente, amaría mis sueños por ser sueños y estar solo en mi mente.

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Para mí lo más difícil siempre fue empezar a escribir, yo empecé cuando nada siquiera empezaba y no tengo certeza de haber acabado. Yo estaba acostado en el piso, yo estaba cerrando los ojos y yo, desplomado y derrotado por mí mismo, mudo e inmóvil, me quejaba de aquel mundo mío, ruidoso y vacío. Yo lloraba sin una sola lágrima, yo quería al menos una, yo extrañaba el salado aroma que se desgarraba de mis entrañas con un poco de poesía melancólica, con trozos de mi alma y de mi vida.

Yo extrañaba mi alma, el escozor de mi piel y el temor al tiempo, al eterno caminante, al invencible y certero, al gladiador e inocente. Yo abrí los ojos y vi a mi perro – no entiendo cuándo y por qué putas tenía un perro- mirándome con su cara de perro, con sus ojos de perro y con todas esas cosas que no lo hacían más que un perro de mierda que lamía el rostro de un hombre vacío e insípido tendido a sus pies. Todos esos nudos que había en este pobre hombre se apretaban con cada lengüetazo, lo carcomían, lo martillaban y lo destruían cuando incluso parecía imposible y yo solamente no podía defenderme. Ese perro hijueputa me pisoteó, me apuñaló por dentro y estaba a punto de asesinar lo que quedaba de mí cuando traté de defenderme de su hocico baboso y su respirar acelerado, empuñé mi mano derecha con lo que sobraba de mis fuerzas en la vida; vi su cara, me sacó la lengua, vi sus ojos que brillaban confiados, infantiles, desprevenidos y felices y me sentí miserable, impotente y mentiroso. Me sentí como un humano empuñando mis manos de humano, llorando lágrimas de humano y odiando a un perro como un estúpido humano aborrece a un feliz perro que como un perro le saca la lengua. El temblor golpeaba las paredes de la habitación y el mundo afuera se desmoronaba, el suelo se abrió en grietas y todo se amontonó entre mi pecho y mi garganta haciéndome derramar una sola lágrima espesa y pesada que cosquilleó mis mejillas y mis miedos, que acarició mis pómulos y llegó a mis labios y me supo a algo azul. Sentí mi respiración, mis pensamientos y mis sueños hacer el amor conmigo. Afuera estaba lloviendo, afuera había una ciudad y adentro estaba yo de nuevo junto a mí.

29 de abril de 2011

Poésie


Aquel hombre ciego, que al parecer no veía, se sentaba siempre en la misma pequeña colina y recitaba el mismo pequeño poema, los mismos pequeños retazos de su vida; de las negaciones de la misma, desgarrados en acongojantes versos que el aire no escuchaba y el sonido eterno de la nada sepultaba, los mismos versos que un sinsonte declamó, esos versos que aúllan los lobos y los mismos que la luna no responde, que la luna canta y el océano murmulla y la brisa ronronea, que con paciencia suenan mientras las olas se recogen, se arquean y revientan, los mismos versos que, entre luces, tiñen de oro el horizonte y apuñalan a la luna ensangrentada. Esos versos que no entienden y no escuchas, que no suenan o que callas, que te tragas o no lloras, o esos mismos que resbalan de tus ojos en las frías solas tardes, o en las noches. Esos versos que se hunden en tu pelo y acarician tus mejillas, que se hicieron un suspiro, que tragaste o que rasgaste, esos que son tú pero negaste.

Esos que no escritos, son poesía.

9 de enero de 2011

De las negaciones

Me perturba la negación que me impide eso que no fui por eso que no hice y que sepulta eso que no pasó en ninguna parte para que yo no pueda siquiera recordarlo; (¿cómo recordar los frutos de la negación de un pasado e incluso cómo imaginar la futuras inexistencias de las cosas?). Me molesta también la negación de la misma negación que permitió la versión real de los sucesos y no esos enterrados en ninguna parte. Algo dentro de mi reclama justicia, -humano inexistente ideal-, y loaría la utopía de vivir dos o tres caminos a la misma vez. Siento remordimiento por aquellas personas que dejaré de cruzarme al pasar una calle o cambiar de acera y me atemoriza con un aire de frialdad la crudeza infantasiosa de esta vida de no-retorno y sí-final. Me descubro entonces inconforme a todo por culpa de la inexistencia de otro camino que pudo haber sido el que es. Me abisma la infinidad menos uno de negaciones y los fantasmas de la diarquía paradójica de esos hombres que inocentes desconocen a la vida con los dados en la mano, esos que rezan y que toman café y tienen sexo y toman más café y ven a Dios en el cielo sin ver las estrellas o la luna; los que esperan ser víctimas del destino en el cual creen y maldicen o enaltecen, y se creen infinitos y se mienten y se engañan y después creen; esos hombres que trabajan fuerte y que dicen sentir y que sienten y lo olvidan y entonces piensan y madrugan y rinden tributo al brío del tiempo que los consume, la misma locomotora que los condiciona a lo inevitable; diarquía que los condena y esclaviza adentrándolos en ellos mismos, tanto que no podrán siquiera verse con claridad y creen hacerlo y ni siquiera piensan en ello; han olvidado sentir pero no piensan y se ahogan entre pasiones y racionamientos y se esconden aún más a sí mismos dentro de aquella caverna de no-sabores e ilusiones de colores y esbozos de vidas de humo que se acaban a diario sin haber siquiera sido.

21 de diciembre de 2010

1

Y en algún momento un delirio de perfección (en sí) llegó al salón donde nos encontrábamos y todo, sin haberlo sido, dejó de ser perfecto. Pero es que minutos antes alguien dijo –silencio– y sólo con decirlo lo hizo trizas. Entonces me sentí ganador y moví un alfil y dije –jaque– y el reloj violentaba el silencio pedido ya en vano y el segundero atormentaba mi existencia y sintonizaba ese último invisible momento casi póstumo en el que no habría siquiera tiempo para remordimientos o golpes de pecho. Esos segundos me supieron a vinagre hasta que ubicó el segundo peón en posición de ataque contrarrestando mi jugada. Comérmelo sería un suicidio y un mal canje de vidas, odié los canjes de vidas y moví el caballo que quedaba con vida, –qué modesto–, –es que el caballo salta, eso me fascina–. Era su turno y el segundero cobraba vida intermitentemente y perturbaba mi temporal existencia entre casillas blancas y negras de arlequín triste. Y estaba cansado y decidí persistir; y mis peones no tenían vuelta atrás y firmes, me miraban con lealtad y el rey, cobarde, se escondía entre fichas.

Yo no estaba seguro si jugar tenía algún sentido, y mi reina no duraría para siempre. Quizás, como todos, su destino estaba grabado en su pecho en el mismo momento en que fue fabricada. -Es que este mundo sufre de catalepsia-, y cada movimiento y cada peón perdido y cada delirio de éxito en una partida sepultaban para siempre la cura y silenciaban las campanas que con dificultad esbozaban trazos de esperanza.

Me sorprendió ver cómo la noche se había tomado el campo de juego y la luna, con la ayuda de un viejo candelabro, iluminaba el matadero, la arena de guerra, el cementerio y la fosa común de caballos degollados y carne de cañón y cadáveres pisoteados por la continuidad del enfrentamiento. El tiempo había pasado y yo seguía jugando en vano. Me vi a mí mismo vencido desde antes de empezar y mi peón se movió en diagonal degollando el alfil enemigo y el aire de satisfacción fue tan corto como el segundo que me costó descubrir mi caballo indefenso por la ausencia del peón asesino de alfiles. Sentí propio el remordimiento en la cara del traidor y la angustia relinchante de mi caballo a punto de morir. Vi sus ojos concientizarse de su pronta finitud y el impotente rechazo a la muerte en sus ojos que el tiempo, despiadado, se encargaría de aniquilar. –Jaque mate– dijo el tiempo. Quisiera que su rostro dijera algo; fue lo último que vi.

19 de septiembre de 2010

TIMELESS WISHES

Me frustra la metaforización de cualquier ideal y la materialización de la mediocridad y la nostalgia, aborrezco el vacio que atraganta y la incapacidad de una lágrima; anhelaría ser un poco más romántico: algo como un rio, una playa, una silueta de corazón o el calor de una hoguera que nos caliente bajo las estrellas que no querremos entender, quisiera que el día cambie su rutina día-noche y que los pájaros no paren de cantar; quiero llorar justo en ese sitio donde rompen las olas y ver esa espuma convertirse en mis sueños hechos realidad, esos sueños a lo que no debo temerle. Quiero desenredar nudos y ser más libre, de equipaje más ligero y de menos ataduras. Quiero querer siempre lo mismo; quisiera ser solo uno y no una nociva variedad de contradicciones; solamente quiero salir de esta habitación que me hace sentir en una jaula y caminar hacia alguna dirección, que cada paso difumine un odio y que cada suspiro me devuelva eso que estoy dejando de ser.

24 de agosto de 2010

LAS COSAS QUE FUERON DE COLORES Y HOY DAGUERROTIPOS COLOR SEPIA, AHORA SON MENOS DE LO QUE FUERON.


-Tengo miedo-, le decía a mi compañero de término, pero no respondía; y tenía miedo de llegar a algún punto y ver como todo se iba a acabar, pero él no entendía. – ¡Tengo miedo! –, insistí, –sigue caminando pequeña, no seas necia que no tenemos tiempo –, –pero es que nunca tenemos tiempo–, –el tiempo no es de nadie–, respondió. Y seguíamos caminando por ese camino de piedras grandes y mis pies descalzos sangraban por las ampollas pero yo no debía sentir; y parecía no acabar, pero yo sabia que acabaría y tenía miedo; y el tiempo no era de nadie y entonces no era mío; quizás era libre y andaba en algún bosque cabalgando, tal vez era feroz y por eso era libre, ¿acaso era difícil de atrapar y habían personas tras él? ¿Y si era lindo? ¿Y si tenia colores y ojos penetrantes? ¿Y qué si se puede tocar? –yo quiero cazar al tiempo– dije, y él me tocó la cabeza y me mostró una sonrisa burlona, –el tiempo no es de nadie, ya te dije– pero yo caminaba y no estaba segura de los pasos que acababa de dar y de las gotas de sangre que había derramado un minuto atrás, y mi memoria se tornaba escéptica y como siempre borrosa, pero es que el tiempo no era de nadie y yo estaba confundida y asustada. Nunca entendí las reglas pero yo ya estaba jugando; yo no sabía lo que hacía y no tomaba ninguna rienda pero sostenía los dados entre mis dedos y los lanzaba, pero yo movía las fichas que siempre cambiaban de colores y yo las quería siempre azules. Pero yo seguía caminando y no estaba completamente segura si mis pies sangraban o si alguna vez lo hicieron, –como el tiempo no es de nadie–. Y el camino parecía largo pero yo no estaba cansada, además yo sabía que se acabaría, y en cambio después de cada pie, el otro levantaría una nueva descalza y corta zancada que esperaría a su compañera para superarla y así abriría camino a un nuevo paso que en un instante sería miembro de senderos sin dueño y cabalgaría libre, impreciso y dudoso cada vez que trato de recordarlo, como a todo en esta vida que al parecer no es de nadie.